18/12/13

Dos tardes en Tashanta

Además de ver a un pastor en moto guiando a su rebaño, pocas cosas más se pueden hacer en Tashanta.

La paciencia no es ni una virtud ni un defecto, simplemente una cualidad que las instituciones de todo el mundo te obligan a cultivar. Estoy acostumbrado a las esperas, es una de esas pegas que tiene la profesión de abogado, pero eso no le quita trascendencia a la desesperanza de 48 horas en el yermo paraje que la tierra te va ofreciendo a medida que te aproximas a Mongolia, sobre todo cuando la desorganización ha sido la que te ha llevado a aquél lugar.

No obstante, lo bueno de no equivocarte tú sólo es que al final acabas rodeado de un montón de gente con la misma mirada que la tuya, y en consecuencia el aburrimiento se pasa acompañado.



He oído muchas veces que cuando nos juntamos unos cuantos europeos, siempre habrá alguien que saque un balón de fútbol, y así ocurrió, a la mínima: cuatro mochilas por postes y un balón. Al pateo gente de todas nacionalidades, también autóctonos. Es evidente que el fútbol es una de esas actividades que une a toda la humanidad, por eso me place tanto el noble arte de balompié, pero bueno, siendo justos siempre hay gente sin alma que detesta empujar un balón.

Puedo dar fe que a los cinco minutos de partidillo entendí el sufrimiento de jugar en La Paz, viniéndome a la cabeza aquella selección de Azkargorta. La altitud es realmente un fastidio grande y eso que me busqué una posición relativamente cómoda en el campo, correr es de cobardes, ya se sabe.

Finalizado el partido, antes de tiempo, la espera vuelve a convertirse tediosa, y los pacientes turistas se convierten en lagartijas conversadoras. El tiempo camina realmente despacio en un lugar donde el reloj importa poco, aunque los pastores vayan en moto.



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